2.2.05

Éste es terrible

A veces, un comentario al azar y poco meditado de alguien que no influye para nada en tu vida puede poner en peligro el equilibrio de todo tu frágil e ínfimo universo. A veces, muy de vez en cuando, pasa.
Ayer a la noche fuí a la cena de cumpleaños de una amiga. Todo muy rico, comimos un rissotto primaveral y milanesas napolitanas acompañadas por una especie de consomé de choclo muy particular y sabroso. Comí como un cerdo. Y bebí vino del bueno (bueno = caro) hasta saciar mi sed de ebriedad.
Ya pasó el momento de la comida y ahora estamos disfrutando de la sobremesa. Y sobre la mesa, mi infaltable atado de puchos y un poco de filosofía barata y política tercermundista, para no perder la costumbre (además, ya habíamos hablado de sexo). Siendo yo el más joven de la congregación, sentí que era mi responsabilidad tirar chistes carentes de gracia una y otra vez, hasta el hartazgo. El buen vino no asegura buenas ocurrencias.
El resto de los invitados son variados pero los conozco a todos salvo a uno. Su nombre, Josep. Este joven catalán desprolijo y pausado, dueño de un acento tan melódico como espaciado, se interesó particularmente en mi persona. Había pasado buena parte de la noche comiendo sin pronunciar palabra y fumando su tabaco en pipa como si ese detalle fuese digno de ser mencionado en un post ajeno que nunca leerá. Pero bueno, no es cosa de todos los días ver a un rastafari catalán fumar en pipa. Es, por lo menos, llamativo. En fín, comienza la entrevista.

- Oye, Damiano... tú... a qué te dedicas?
- Trabajo en publicidad.
- Ah... pero mira que bien... eres todo un empresario.
- No, jaja (risa falsísima) nada que ver, laburo de redactor en una agencia chiquita. Recién empiezo.
- Claro, claro... tú eres quien piensa las ideas... para los comerciales.
- Sí, el (y hago con los deditos) "creativo".

Se acerca mi amiga. Me rodea con sus brazos y sin saber de qué estábamos hablando, lo mira a Josep y dispara: "guarda con éste que es terrible".
El catalán ríe. Yo prendo otro cigarrillo. Miro el reloj, rogando que no sea tan tarde. Lo es. Comencé a recordar todas las cosas que tendría que estar haciendo ahora en vez de escribir esto. En eso escucho que este peculiar personaje dispara como si en mi cordial intento de no ser un maleducado y contestarle todo con un "no te conozco, no quiero hablar con vos" hubiese lugar para un momento profundo.

- Tú entonces... eres una persona sin escrúpulos.
- Perdón?
- Claro... tú corrompes a la sociedad.
- No, sólo trato de vender jabones, préstamos personales y chupetines que hacen luz.
- Pero no los vendes... los impones.
- Yo no impongo nada. Ofrezco.
- Pero... la influencia de la publicidad impone estilos de vida... modelos de estética y belleza inalcanzables.
- Eso lo decís porque sos feo.

"Jajaja", risotada general. Sin darme cuenta, varios se habían prendido en esta serie de acusaciones y máximas de carácter socialista que atacan (muchas veces con razón) la actividad que libremente elegí para aportarles eventualmente el pan a mis hijos. Se armó una especie de panel de inexpertos que destinaron la siguiente media hora en criticar los medios de comunicación y otros esperaban atentos a que alguien diga una pavada, sólo para hacerlos quedar como idiotas. Los menos, los inteligentes, sólo tiraban chistes y hacían juegos de palabras sin sentido. Escuché máximas como:

"Sin la publicidad no nos preocuparíamos por tener cosas que no necesitamos".
"Sin la publicidad no sabríamos qué carajo es el SIDA".
"A mí me gustaba la del casamiento García-González".
"Las multinacionales explotan el trabajo de las masas pobres para luego venderles una mejor maquinita de afeitar a los ricos".

Yo traté de callarme la boca y dedicarle toda mi atención a mi amiga. Y al reloj. Esperé tranquilamente que se cambie el tema y antes de darme cuenta, ya estaban hablando de fútbol. Pero ahí si no me iba a meter a opinar, ya que sé mucho más de fútbol que de publicidad. Y con gente que no sabe de qué habla no discuto, sólo pretendo escuchar. Y mientras la noche cada vez era más fría y el bostezo insostenible anunció mi partida tempranera, un pensamiento fugaz detuvo mi marcha.
En el caso de que este peculiar catalán tenga razón, es decir, que no tengo escrúpulos y que yo estoy corrompiendo al mundo...

¿Por qué lo hago? ¿Por qué puedo aceptar terrible verdad y seguir mis días como si el resultado de mis esfuerzos fuesen productivos para alguien más aparte de mí? ¿Mi misión en la vida es vender chupetines que hacen luz? ¿Es mi destino ser el que obligue mediante la imposición de estándares de belleza a una chica de 15 años a hundirse en la anorexia? ¿Yo soy el responsable de que la gente entienda de una buena vez que el SIDA nos puede matar a todos? ¿Yo le tengo que enseñar a la gente a ser educados, tener buenos modales, no eructar en la mesa y pensar por ellos mismos si quieren o no comprar una maquinita de afeitar ideal para piel sensible?
¿Qué parte es mi culpa?
¿Cuál es la tuya?
Al fin de cuentas, el viaje a casa se vió manchado por dudas inducidas por cuestionamientos de un catalán borracho que decidió filosofar un rato a cuestas de la vida de un pobre pibe que no sabe lo que quiere porque nunca tuvo idea.

Hippie de mierda.


1 Comments:

Blogger ]v[arucuturu said...

EX CE LEN TE.
No te sientas culpable por ser ligeramente más inteligente que la masa que se autohunde en la estupidez y se victimiza porque le ponés más cerca el tarro de dulce de leche y justificás su irracional consumo.

It's goooood.

10:33 p. m.  

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