11.4.06

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Entre la desesperación que viene de regalo cuando tenés que recursar materias que odíás, me senté en el pasillo oculto a fumar y hacer argollas simétricas con el humo. La única prueba fehaciente en mi vida que legitimiza el concepto de que la práctica hace la perfección.

Todavía podía escuchar las puertas de los ascensores abrirse y cerrarse, una y otra vez sin parar y por un momento quise volver al útero de mi madre y simplemente estar vivo sin saberlo. Ni siquiera en la más profunda de mis recaídas efímeras en los que las poses son sólo posiciones del cuerpo pienso en la posibilidad de morir. Un accidente de niño me paseó por la oscuridad de sentirse casi muerto y siempre digo que si hay algo que Dios tiene es paciencia. Entonces prefiero trasladarme a algo que no recuerdo e imaginarlo, así se pasan unos minutos y no tengo que vivir con la certeza de que estoy en un recreo cuando en realidad hay tiempo suficiente como para vivir en otro lado y volver antes de que la puerta del ascensor se vuelva a cerrar.

Son perfectas. Pongo la boca como si fuera un pez gigante fuera del agua, buscando un poco de vida dentro del aire que lo mata. Salen disparadas con gran potencia, porque mi lengua empuja esa pequeña nube de humo que habita temporalmente contra mi paladar y allí, otra vez, en dirección al cielo, se dirige la argolla destinada a desaparecer en un vuelo de toxicidad y belleza.
Es el momento. Ahora, ya, silencio. Respiro de nuevo y vuelvo a recordar. Estar dentro de quien me cuida sin conocer mi cara y sin saber lo que significa el fín. Pero vuelvo a la clase.

La vida te da un pasillo, un cigarrillo y alguna que otra cosa que contar.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

GUAU. Muy bueno. En serio.

5:48 p. m.  

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