5.1.05

Armando Valente, Artista

- Perdoná, Armando... no podemos hacer nada...
- Dejame, querés? Dejame solo.

No había un segundo más de espera. El llanto en la cara de Armando reflejó una catarata digna de un niño herido. Y muy triste. Las puertas de la galería se cerraron solas, por un viento frío de fajas censuradoras. La obra de un artista, desechada bajo el pulgar de un puñado de ignorantes. Y el corazón de un hombre, destrozado.
Miles de cuadros serán olvidados en las retinas de absurdos, cobardes espectadores de críticas sin contenido, de barreras hacia la reflexión del alma. Armando sabía bien que si la miseria existe, él la estaba saboreando. Y sus sueños traducidos a creación, serían siempre su propio dedo acusador de haber roto todas las reglas. Con la genialidad que eso implica y la repugnancia que consecuentemente les causa a los mediocres. La injusticia de saberse hombre divino entre la poca originalidad de nuestra escencia humana. Porque no todos pueden ser distintos.
Y Armando era único.

- Hace tres horas que está ahí... pobre... nunca sentí lástima por él. Se lo nota destruido...
- Me contó su asistente Benito que mantuvo la mirada fija al piso desde que se sentó.
- Mirá el charquito...
- Se habrá meado?
- Son lágrimas, idiota.

Armando los escuchó pero no tenía fuerzas para correrlos. Su mente giraba en pensamientos de muerte y vacío, negación de expresión y puertas cerradas con doble candado de inseguridad. El poder de las ideas nuevas y amenazantes de lo establecido por hombres de números y cálculos. La cabeza pelada de Armando, buscando respuestas. La injusticia de la Justicia también. Y el desapruebo de unos pocos costaría el estancamiento de una sociedad hambrienta de verdad. Sedienta del sabor a vida digna. Desesperada por algo nuevo. Expectantes de salvación.

- Vamos, Maestro... vamos a casa.
- Por qué, Benito? Por qué no me dejan ser yo?
- Porque usted es un incomprendido. Simplemente por eso.

La complejidad puede ser un impedimento. La obra de un artista no puede medirse por estructuras de una sociedad de manadas. Se requiere de coraje y sabiduría para apreciar y descubrir mundos nuevos. Pero tenemos que aprender a ver más allá de nuestras propias narices. Y descubrir que tras los límites, hay nuevos horizontes. Armando eso lo sabía. Lo sentía desde pequeño. Siempre supo que la verdad es para los que la buscan. Y para los que huyen, triste teatro. La tragedia de Armando es también la tuya. Y mientras yo sólo trato de contarte una historia que seguramente se repetirá, porque las creencias de hoy así lo dictan, será necesario utilizar nuestra imaginación para saber la verdad de Armando. Su obra maestra.

Soborné descarademente a Benito y me dijo que tenía algo que ver con cisnes, un enano y una pila gigante de heces. Disfruten.