Sobre cómo matar 5 minutos entre el almuerzo y la hora de irse a casa
Acá en la agencia donde laburo hay un pibe muy peculiar. Llamémosle Rufo.
Rufo es redactor igual que yo, trabaja aquí desde hace dos años y a decir verdad, no nos llevamos para nada bien. Es del interior, y como los chistes sobre el campo me salen tan fácil y tan bien, se nos hace imposible mantener una charla sin caer en los mismos lugares de siempre. Encima, apenas yo entré acá en enero, fue él el encargado de ponerme un sobrenombre que encima prendió y ahora todos me llaman así. Y no me gusta mucho que digamos. Creo que esta más que claro que no se los voy a decir.
Rufo al principio era copado conmigo. Me explicó más o menos como se labura, los tiempos, lo que se viene haciendo en la agencia en los últimos tiempos. Pero pasaron los días y los laburos, nos fuimos conociendo más y hoy creo que lo odio. Razones no me faltan. Rufo es muy ácido. Y aunque se quiere hacer el gracioso, muchas veces falta el respeto de manera grosera. Sin ir más lejos, hace un rato vino una de las chicas de cuentas que se encuentra un poco excedida (digamos unos 20 kilos) de peso a darnos una orden de trabajo para una marca de chocolates. Llamémosla “la gorda”. Nos explicó todo y mientras nos pedía que hagamos hincapié en el sabor del chocolate (utilizó la palabra “Premium” muchas veces, lo que me hace pensar más en profilácticos que en chocolate), Rufo y yo cruzábamos miradas como diciendo “jeje esta mina es gorda y habla de chocolate. Qué gracioso, somos re vivos”. Hasta ahí, perfecto. Pero cuando la gorda se iba, dejó la puerta del departamento creativo abierta. Y a Rufo se le ocurrió gritar “cerrá la puerta, gorda de mierda!”. Acto seguido, llanto de la gorda y varias personas del staff diciéndole que no se ponga mal, que Rufo era un tarado. No había necesidad alguna de hacerla sentir así a la pobre gorda. Para nada. Sólo se olvidó cerrar la puerta. Pero este no es un hecho aislado. Rufo suele gritarle estupideces a todo el mundo. Y siendo yo una de esas personas que acaparan la atención de todo el mundo donde sea que esté, me molesta que él no sólo muera más por atención que quien les escribe (llamémosle Damiano, grosso y pijudo), sino que lo haga de una manera tan poco civilizada. Además de todo esto, su talento como redactor es nulo. Soy muchísimo mejor que él, todos se están dando cuenta y cada vez me dan más laburo. Lo que a Rufo le cae obviamente como el culo. Escribe con faltas de ortografía, no entiende el concepto de síntesis, se viste sin onda y se está quedando pelado. Rufo representa todo lo malo que existe en el mundo.
Rufo, te odio.
Me voy a quedar con tu laburo.
Me voy a garchar a tu novia.
Me voy a comer tus oreo.
Y no voy a dejar que nunca más le digas gorda de mierda a la gorda de cuentas.
Lo juro.
Rufo es redactor igual que yo, trabaja aquí desde hace dos años y a decir verdad, no nos llevamos para nada bien. Es del interior, y como los chistes sobre el campo me salen tan fácil y tan bien, se nos hace imposible mantener una charla sin caer en los mismos lugares de siempre. Encima, apenas yo entré acá en enero, fue él el encargado de ponerme un sobrenombre que encima prendió y ahora todos me llaman así. Y no me gusta mucho que digamos. Creo que esta más que claro que no se los voy a decir.
Rufo al principio era copado conmigo. Me explicó más o menos como se labura, los tiempos, lo que se viene haciendo en la agencia en los últimos tiempos. Pero pasaron los días y los laburos, nos fuimos conociendo más y hoy creo que lo odio. Razones no me faltan. Rufo es muy ácido. Y aunque se quiere hacer el gracioso, muchas veces falta el respeto de manera grosera. Sin ir más lejos, hace un rato vino una de las chicas de cuentas que se encuentra un poco excedida (digamos unos 20 kilos) de peso a darnos una orden de trabajo para una marca de chocolates. Llamémosla “la gorda”. Nos explicó todo y mientras nos pedía que hagamos hincapié en el sabor del chocolate (utilizó la palabra “Premium” muchas veces, lo que me hace pensar más en profilácticos que en chocolate), Rufo y yo cruzábamos miradas como diciendo “jeje esta mina es gorda y habla de chocolate. Qué gracioso, somos re vivos”. Hasta ahí, perfecto. Pero cuando la gorda se iba, dejó la puerta del departamento creativo abierta. Y a Rufo se le ocurrió gritar “cerrá la puerta, gorda de mierda!”. Acto seguido, llanto de la gorda y varias personas del staff diciéndole que no se ponga mal, que Rufo era un tarado. No había necesidad alguna de hacerla sentir así a la pobre gorda. Para nada. Sólo se olvidó cerrar la puerta. Pero este no es un hecho aislado. Rufo suele gritarle estupideces a todo el mundo. Y siendo yo una de esas personas que acaparan la atención de todo el mundo donde sea que esté, me molesta que él no sólo muera más por atención que quien les escribe (llamémosle Damiano, grosso y pijudo), sino que lo haga de una manera tan poco civilizada. Además de todo esto, su talento como redactor es nulo. Soy muchísimo mejor que él, todos se están dando cuenta y cada vez me dan más laburo. Lo que a Rufo le cae obviamente como el culo. Escribe con faltas de ortografía, no entiende el concepto de síntesis, se viste sin onda y se está quedando pelado. Rufo representa todo lo malo que existe en el mundo.
Rufo, te odio.
Me voy a quedar con tu laburo.
Me voy a garchar a tu novia.
Me voy a comer tus oreo.
Y no voy a dejar que nunca más le digas gorda de mierda a la gorda de cuentas.
Lo juro.
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