Mientras trabajo
Hago de cuenta que soy el jefe y que todos son mis empleados. Llamo al interno de la recepción y pregunto si hay café. Al recibir la negativa, ordeno preparar un nuevo pote.
Hacer eso me lleva las tres primeras horas de la mañana.
Leo los principales titulares de los diarios en Internet y chequeo todas mis casillas de correo electrónico. Vuelvo a leer un mail que me mandaron hace varios meses en el que me decían cuánto me querían. Me pongo un poco triste, pero no lo demuestro. Un buen jefe nunca demuestra sus verdaderas emociones. Entonces cierro la ventana, abro el solitario y juego hasta que me da hambre.
Llegando al mediodía les pregunto a mis empleados si se trajeron comida o si van a ir algún restaurante o bar aledaño para saber qué voy a hacer. Uno se trajo empanadas, otro dos porciones de pascualina y el resto va a pedir por teléfono. Entonces ordeno que me pidan sorrentinos con salsa blanca y mucho queso. Y enfatizo con mi dedo índice, el que uso para amenazar, cuando pido explícitamente que no se olviden del queso.
El almuerzo es la mejor parte de mi día laboral. Entre que caliento los sorrentinos que siempre llegan fríos en el microondas, les pongo el queso y un poco de sal, se me va media horita (mínimo). La sobremesa la comparto con mis empleados, charlando sobre distintos temas de actualidad y regalándoles alguna que otra anécdota de mis días de gloria. Ellos me miran atentos, sin poder creer lo que escuchan. Aceptémoslo, es que soy muy grosso y ellos no.
Ya son las tres de la tarde. Voy al baño y le digo adiós a los sorrentinos. Leo absolutamente todo lo que se pueda leer en el aerosol del Glade y pienso qué hacer cuando salga de la oficina.
¿Voy directo a casa?
¿Para qué?
¿La llamo?
¿Se estará viendo con otro?
¿Y si la sigo?
¿Se dará cuenta?
¿Por qué no me llama más?
Salgo del baño y doy una vuelta por los escritorios de mis empleados. Chequeo que todo esté en orden, sugiero alguna que otra modificación innecesaria para demostrar que sé más que ellos y vuelvo a mi sillón de jefe. El resto del tiempo que queda lo consumo buscando fotos de famosas desnudas en Google. A la hora señalada, apago mi ordenador, me despido hasta mañana y me voy.
De chiquito soñaba con cambiar al mundo. Quería hacer una diferencia. Actuar de acuerdo a mis pasiones. Hacer lo que me gusta. Producir una mejora. Hacerle la vida más fácil a todos, realizando la tarea más difícil.
Pero el mundo me regaló la oportunidad de no hacer nada y darme a cambio mi casita, mi autito, mi trabajito y mi platita.
¿Y saben qué? No soy feliz. Pero por suerte dudo seriamente que vos sí lo seas.
Hacer eso me lleva las tres primeras horas de la mañana.
Leo los principales titulares de los diarios en Internet y chequeo todas mis casillas de correo electrónico. Vuelvo a leer un mail que me mandaron hace varios meses en el que me decían cuánto me querían. Me pongo un poco triste, pero no lo demuestro. Un buen jefe nunca demuestra sus verdaderas emociones. Entonces cierro la ventana, abro el solitario y juego hasta que me da hambre.
Llegando al mediodía les pregunto a mis empleados si se trajeron comida o si van a ir algún restaurante o bar aledaño para saber qué voy a hacer. Uno se trajo empanadas, otro dos porciones de pascualina y el resto va a pedir por teléfono. Entonces ordeno que me pidan sorrentinos con salsa blanca y mucho queso. Y enfatizo con mi dedo índice, el que uso para amenazar, cuando pido explícitamente que no se olviden del queso.
El almuerzo es la mejor parte de mi día laboral. Entre que caliento los sorrentinos que siempre llegan fríos en el microondas, les pongo el queso y un poco de sal, se me va media horita (mínimo). La sobremesa la comparto con mis empleados, charlando sobre distintos temas de actualidad y regalándoles alguna que otra anécdota de mis días de gloria. Ellos me miran atentos, sin poder creer lo que escuchan. Aceptémoslo, es que soy muy grosso y ellos no.
Ya son las tres de la tarde. Voy al baño y le digo adiós a los sorrentinos. Leo absolutamente todo lo que se pueda leer en el aerosol del Glade y pienso qué hacer cuando salga de la oficina.
¿Voy directo a casa?
¿Para qué?
¿La llamo?
¿Se estará viendo con otro?
¿Y si la sigo?
¿Se dará cuenta?
¿Por qué no me llama más?
Salgo del baño y doy una vuelta por los escritorios de mis empleados. Chequeo que todo esté en orden, sugiero alguna que otra modificación innecesaria para demostrar que sé más que ellos y vuelvo a mi sillón de jefe. El resto del tiempo que queda lo consumo buscando fotos de famosas desnudas en Google. A la hora señalada, apago mi ordenador, me despido hasta mañana y me voy.
De chiquito soñaba con cambiar al mundo. Quería hacer una diferencia. Actuar de acuerdo a mis pasiones. Hacer lo que me gusta. Producir una mejora. Hacerle la vida más fácil a todos, realizando la tarea más difícil.
Pero el mundo me regaló la oportunidad de no hacer nada y darme a cambio mi casita, mi autito, mi trabajito y mi platita.
¿Y saben qué? No soy feliz. Pero por suerte dudo seriamente que vos sí lo seas.
2 Comments:
Classic Monoblog!
Vos también sos un pelotudo, Flying Burrito.
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