3.8.05

La merluza de la discordia

Llegaste a casa después de un día completamente inexistente en el futuro calendario de tus recuerdos. Tan malo, que cuando te pongas a escribir más tarde en tu blog, te vas a dar cuenta que posiblemente sea lo peor que vayas a escribir en toda tu vida.
Apoyaste las llaves sobre la barra de mármol, como hacés siempre. Y apenas habías apoyado un pie sobre la cocina, tu madre te preguntó:

- No era que ibas a salir?
- Si, pero me arrepentí.
- Pero por qué no me avisaste? No te hice de comer...
- No te preocupes. Me pido algo.
- No, por qué no me avisaste? Yo te preparaba. Ahora, a esta hora ponerme a cocinar... será de Dios...
- No te pongas a cocinar, que yo me hago algo...
- Qué te costaba avisarme?
- Mamá, haceme el favor de dejar la sartén esa, no tengo hambre.
- La puta madre... encima durante Susana...
- No me escuchás cuando te hablo, no?
- Mmfff... tiene un celular... pero no... claro... ya te hago, ya te hago...

Decidiste abandonar la escena de la locura y procediste a caminar hacia tu cuarto, a encerrarte en tu pequeño mundo que no deja de ser igual de triste, pero si es más silencioso. Pensaste en lo mucho que te cuesta ser normal y respirar aire limpio de problemas. Cuando estás un poco deprimido, hasta lo más mínimo representa una postura correcta o errónea. Y últimamente, todo te sale mal.
Al rato de divagar entre las posibles salvaciones y lo mucho que cuesta un pasaje a Europa, dos golpes certeros en la puerta te indicaron que la mesa estaba servida. Resignado, arrastraste tu alma hacia el plato que alimenta tu incipiente y mutante panza.

Filet de merluza, con ensalada de papa y huevo.

Sentiste la necesidad de huir hacia afuera, lejos, cuando en un rincón de tu mente un niño rompió el silencio en llanto. Fuiste a consolarlo con tu mano adulta y te diste cuenta que eras vos el que se escondía tras esas lágrimas legítimas, hijas de la repulsión y la obligación a hacer lo que no te gusta. Recordaste las veces que de pequeño luchaste con tus padres porque sencillamente odiás comer pescado, porque el solo acto de oler su hedor característico, te hace revolver las entrañas.
Muchas cosas no son de tu agrado. El pescado es una de las pocas que conoce tu madre.

¿Cómo es posible que no se haya acordado?

Te sentaste. Solo, en esa habitación de piso de madera y cuadros de pintores muertos. El humo proveniente del filet llenaba tus pulmones de verdadero asco. Observaste ese cuerpo rebozado e inerte. Le diste la bienvenida al fracaso. Cerraste los ojos, agarraste el tenedor, lo acercaste a tu boca y antes de dar el primer bocado, te dejaste caer en un segundo de ironía y mientras te alejabas hacia otra realidad, pensaste: soy todo tuyo.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

En tu reloj biológico está sonando la alarmita de "Necesitás tu propio apartamento YA!!!"

Nuestro Dam está creciendo

12:40 p. m.  
Blogger Damiano said...

No digas pavadas.

1:29 p. m.  
Blogger Excriba said...

Coincido en un 100% con The Flying Burrito...

8:39 a. m.  

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