El alcohol salva vidas

Ella agarraba los manices con sus delicados dedos largos y de a uno, como siguiendo un orden establecido, los dejaba caer libres en la pinta de cerveza. Las horas de sábado a la noche, siempre tan rápidas y deseosas de alguna que otra falsa aventura, parecían apaciguar su estrepitoso andar para dejarme apreciar detenidamente cómo es que el maní apenas toca el mar de Warsteiner se deja caer hasta el fondo del vaso, toca el piso, duda un poco, patalea con sus diminutas piernitas invisibles y vuelve a subir. Como una ballena que se asoma tímida a la superficie para tomar una bocanada gigante de aire que le permita volver a nadar para seguir buscando un poco más de krill. Como un buzo que baja a las profundidades de la laguna para seguir buscando el cuerpo inerte de un empresario muerto. Como un maní loco que será deglutido para encontrarse con sus hermanos, en un océano de jugos gástricos y ácidas olas de digestión. Silencio. Clavamos los ojos en la pinta para admirar el poder de la gravedad y las leyes universales de la física, nos dimos cuenta de lo que estábamos haciendo, un segundo más de nada absoluta y al unísono, nos echamos a reír como idiotas.