Viva le Farre!
Jean Luc era un joven parisienne de esos que todos conocemos. Amante del buen vino, las prostitutas baratas y la casa de burlesque como lugar de encuentro social. Él vivía sus días durmiendo en su apartamento con palliere cercano a la Torre, y sus noches se sucedían una tras otra en "Le Baguette", el prostíbulo más concurrido de París, allá por 1914. Jean Luc era respetado por todas las mujeres de la noche por nunca haberse propasado con ellas y haberlas tratado como verdaderas damas. Es que ninguna sabía su secreto más íntimo.
Jean Luc siempre caía pasada la medianoche sediento de vino y compañía femenina. Tras dos botellas él sacaba de su saco de pana unos manuscritos desprolijos donde se le imprimían el alma, con extensos poemas que descubrían un llanto silencioso. Enseguida le contaba a cualquiera de las rameras que se sentaban en su falda sus anhelos de amor incondicional y caridad sin intereses. Algunas de ellas hasta se peleaban durante el día para poder ser la afortunada que a la noche siguiente recibiera tantas palabras dulces emanadas de un sentimiento verdadero. Es que comparado a las groserías que tenían que aguantar de sus otros clientes, la forma de tratar que tenía Jean Luc era un manto de piedad. Y no era de extrañarse que más de una sinceramente lo amara.
La prostituta preferida de Jean Luc era Rosemarie. Una chica americana de New York que había llegado a Europa huyendo de los terribles acosos de sus padrastros. Vender su cuerpo fue lo único que le quedaba por hacer, si es que quería comer. Además, que una rubia de 1.74 cm, con 110 de busto y una boca carmín que despertaba las más innombrables pasiones no entregara, era sencillamente un desperdicio.
Rosemarie amaba profundamente a Jean Luc pero no se lo decía porque sabía que su corazón no era de las prostitutas, sólo su alma. Entonces se conformaba con ser ella quien escuchara sus poemas y poder ofrecerle una buena francesita a escasos 25 francos.
Fue en agosto. El calor era insoportable pero encendía en los parisinos un fuego salvaje de sexo y lujuria. Los cabarets estaban llenos durante todo el día. El negocio del amor es la mejor opción cuando se está en Francia. Y pasada la medianoche, todas las prostitutas de "Le Baguette" se preguntaban dónde era que estaba Jean Luc. Algunas aseguraban que finalmente había cumplido con su promesa de irse al Sur a pintar y escribir hasta la muerte. Otras, más esperanzadas, juraban que había dicho la noche anterior que volvería una vez más, cuando la sed de vino lo lleve hacia su guarida preferida. Rosemarie fue hasta la puerta del local para ver si podía verlo antes que las otras, y así, asegurarse su dosis de amor efímero.
Pero Jean Luc nunca llegó. En cambio, llegaron las sirenas de las patrullas de Le Police du Paris, y con ellas, cientos de hombres uniformados dispuestos a ejercer la violencia más extrema con tal de llevar a cabo la misión que tenían: encontrar el opio. Alertados por Jean Luc, sabían exactamente donde buscar y encontraron lo que querían: 279 kilos de opio de máxima pureza, toda una fortuna en esa época. Era sabido que en las casas de burlesque de París la droga corría en manantiales, pero siempre fue muy difícil de probar, ya que cada vez que había una redada, muchos de los policías que entraban a los locales encontraban a sus propios jefes disfrutando de la mala vida. Entonces, había que hacer de cuenta que nada había pasado y seguir con otra cosa. Pero esta vez no. Porque Jean Luc había hablado personalmente con cada uno de los comisarios de la ciudad para que esa noche se ausentaran de "Le Baguette", dando lugar al operativo más grande jamás efectuado en París por narcóticos hasta la fecha.
Rosemarie fue colgada, junto con el resto de las prostitutas. Durante los primeros estruendos de los golpes y las ametralladoras, murieron 23 afamados y respetados hombres de la alta sociedad parisina, todos amigos de Jean Luc. Luego de que el humo desapareciera, los diarios de la capital mostraban orgullosos en sus primeras planas el actuar de la policía que había logrado dar el golpe más certero hasta el momento contra el hampa francés.
Nadie nunca supo que pasó con Jean Luc. Cuando lo fueron a buscar las autoridades para conmemorarlo por su gran ayuda en pos de combatir el crimen, había desaparecido. Jamás lo volvieron a ver por las calles de París. Y es que algunos todavía cuentan hoy que fue su secreto el que lo obligó a la traición y al destierro de su amada ciudad luz.
Es que Jean Luc, era un hijo de puta.
Jean Luc siempre caía pasada la medianoche sediento de vino y compañía femenina. Tras dos botellas él sacaba de su saco de pana unos manuscritos desprolijos donde se le imprimían el alma, con extensos poemas que descubrían un llanto silencioso. Enseguida le contaba a cualquiera de las rameras que se sentaban en su falda sus anhelos de amor incondicional y caridad sin intereses. Algunas de ellas hasta se peleaban durante el día para poder ser la afortunada que a la noche siguiente recibiera tantas palabras dulces emanadas de un sentimiento verdadero. Es que comparado a las groserías que tenían que aguantar de sus otros clientes, la forma de tratar que tenía Jean Luc era un manto de piedad. Y no era de extrañarse que más de una sinceramente lo amara.
La prostituta preferida de Jean Luc era Rosemarie. Una chica americana de New York que había llegado a Europa huyendo de los terribles acosos de sus padrastros. Vender su cuerpo fue lo único que le quedaba por hacer, si es que quería comer. Además, que una rubia de 1.74 cm, con 110 de busto y una boca carmín que despertaba las más innombrables pasiones no entregara, era sencillamente un desperdicio.
Rosemarie amaba profundamente a Jean Luc pero no se lo decía porque sabía que su corazón no era de las prostitutas, sólo su alma. Entonces se conformaba con ser ella quien escuchara sus poemas y poder ofrecerle una buena francesita a escasos 25 francos.
Fue en agosto. El calor era insoportable pero encendía en los parisinos un fuego salvaje de sexo y lujuria. Los cabarets estaban llenos durante todo el día. El negocio del amor es la mejor opción cuando se está en Francia. Y pasada la medianoche, todas las prostitutas de "Le Baguette" se preguntaban dónde era que estaba Jean Luc. Algunas aseguraban que finalmente había cumplido con su promesa de irse al Sur a pintar y escribir hasta la muerte. Otras, más esperanzadas, juraban que había dicho la noche anterior que volvería una vez más, cuando la sed de vino lo lleve hacia su guarida preferida. Rosemarie fue hasta la puerta del local para ver si podía verlo antes que las otras, y así, asegurarse su dosis de amor efímero.
Pero Jean Luc nunca llegó. En cambio, llegaron las sirenas de las patrullas de Le Police du Paris, y con ellas, cientos de hombres uniformados dispuestos a ejercer la violencia más extrema con tal de llevar a cabo la misión que tenían: encontrar el opio. Alertados por Jean Luc, sabían exactamente donde buscar y encontraron lo que querían: 279 kilos de opio de máxima pureza, toda una fortuna en esa época. Era sabido que en las casas de burlesque de París la droga corría en manantiales, pero siempre fue muy difícil de probar, ya que cada vez que había una redada, muchos de los policías que entraban a los locales encontraban a sus propios jefes disfrutando de la mala vida. Entonces, había que hacer de cuenta que nada había pasado y seguir con otra cosa. Pero esta vez no. Porque Jean Luc había hablado personalmente con cada uno de los comisarios de la ciudad para que esa noche se ausentaran de "Le Baguette", dando lugar al operativo más grande jamás efectuado en París por narcóticos hasta la fecha.
Rosemarie fue colgada, junto con el resto de las prostitutas. Durante los primeros estruendos de los golpes y las ametralladoras, murieron 23 afamados y respetados hombres de la alta sociedad parisina, todos amigos de Jean Luc. Luego de que el humo desapareciera, los diarios de la capital mostraban orgullosos en sus primeras planas el actuar de la policía que había logrado dar el golpe más certero hasta el momento contra el hampa francés.
Nadie nunca supo que pasó con Jean Luc. Cuando lo fueron a buscar las autoridades para conmemorarlo por su gran ayuda en pos de combatir el crimen, había desaparecido. Jamás lo volvieron a ver por las calles de París. Y es que algunos todavía cuentan hoy que fue su secreto el que lo obligó a la traición y al destierro de su amada ciudad luz.
Es que Jean Luc, era un hijo de puta.
4 Comments:
Excelente, GlamDam. Simplemente excelente.
zar pa do! es increible como cabias el estado del lector de una frase a otra. escribi mas seguido chabon! q aca hay ganas de leer!
Donde puedo conseguir opio?
Si tenés ganas de leer te recomiendo agarrar un libro.
Posteo cuando tengo ganas y contesto innecesariamente de mala manera cuando me place.
Gracias por las felicitaciones, igual. Son unos dulces.
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