Humildad vs. Damiano, el winner

- Ser miembro de la Juventud Hitleriana era obligatorio para los jóvenes alemanes, y no había forma de decir que no. ¿Si, Martinez…?

- El nuevo Papa Benedicto XVI fue muy cuestionado por este asunto.

- Si, estaba por decirlo…

El pibe medio que entre bostezo y bostezo mete un bocadillo en medio de la clase sólo para despertarse de este eterno letargo que parece ser el final de la carrera universitaria.
De todas las materias en las que me anoté en este cuatrimestre, sólo pude ejercer mi talento natural de niño terrible en Historia de la Civilización Occidental, debido a una explícita complicidad con la profesora (una señora liberal y amorosa que en un recreo me confesó detestar a los cursos que le tocaron este año) que parece disfrutar de mis pseudo-chascarrillos. Descubrí que a los profesores les caés mejor cuando estás cercano a terminar la carrera y trabajás, cuando el resto de tus compañeros son esbozos adolescentes intentando dejar de lado sus hormonas para concentrarse un ratito nomás en un libro. Yo también lo fuí alguna vez.
Todo transcurría como de costumbre hasta que llegó el momento del repaso general para el parcial que viene. La sorpresa de varios temas que se me escaparon por haber faltado las últimas semanas -dormir hasta las 11 siempre suena excelentemente bien- me agarró con las defensas bajas y por alrededor de 3 segundos sucumbí ante un pánico exagerado.

- Pero, ¿usted cuándo dio esto?

- La semana pasada que no vino, Martinez…

- Ah, cierto. Hoy tampoco tendría que haber venido.

- Cállese y anote.

Estas mini charlas se dan durante el transcurso de la clase. El resto de los chicos, y digo chicos porque promedian 18/19 años de edad todos ellos, escuchan y estoy casi seguro que más de uno hasta anota en sus cuadernos espiralados estos intercambios fugaces de oraciones sarcásticas. Y en un intento desesperado de conseguir información precisa sobre la Revolución Rusa, Francesa y Norteamericana, se me escapó un:

- ¿Y ahora cómo hago, Profesora? Esto es UADE, no me haga pensar.

Todos rieron aprovechando el momento de distensión, pero yo sé que dentro de sus cabecitas varios habrán pensado “qué idiota” o “Dios, lo odio”. Quizás alguno más sensible habrá opinado que mis actuaciones son una refrescante dosis de espontaneidad y mis acotaciones, simples pero efectivas maneras de demostrar mi carácter extrovertido. Lo que nadie sabe es que simplemente lo hago para matar mi aburrimiento. Y cuando hay que sentarse a estudiar porque las casi cinco gambas que sale recursar esta joda me pegan con sus culpas, es mejor callarse y conseguir un resumen de quien sea, pero rápido.

- Ya saben chicos, los espero el miércoles que viene y estudien mucho. No tan rápido Martinez, quiero hablar con usted un segundo.

- Será un placer.

Pude observar de reojo a los chicos huyendo del aula mientras algunos me apuntaban con sus dedos frescos de secundario privado sanisidrense, sorprendidos y agradecidos de que en esta nueva etapa de sus vidas, puedan seguir disfrutando de espectáculos tan patéticos como es observar cómo cagan a pedos a un compañero. Me gustó esa falsa realidad generada, dónde yo era el único entre tantos que sabía como venía en realidad la mano. Nos quedamos solos y por fin nos relajamos.

- Profe, yo la última semana no pude venir porque tuve que ir a la filmación de un comercial en San Antonio de Areco (mentira, me quedé durmiendo), le mandé el mail explicándole…

- Ya sé Damián. Pero dale, ponete las pilas así das bien y te recibís. Cuántas eran las materias que te faltaban?

- Con esta, 3 (mentira, son 6).

- Y cómo quedó la propaganda?

- Linda (mentira, la vi y quedó horrible).

- Bueno, me alegro. Ahora andá, dale, que te están esperando.

- ¿?

Detrás de la puerta de blindex, una señorita completamente desconocida para mis ojos aguardaba ansiosa mi salida. Esta es la única parte del cuento que voy a relatar exactamente como sucedió.
Abrí la puerta entre un dejo de desconcierto mezclado con sorpresa y ella, tan linda como correntina, trataba de establecer una primera imagen que valga la pena recordar. Mis felicitaciones a ella, porque lo logró.

- Hola, mirá… si querés te puedo prestar mis apuntes de la semana pasada… no me cuesta nada.

- Uy si, buenísimo, gracias… cómo te llamás?

- Fernanda, Martinez.

- Decime Damián…

- No, mi apellido es Martinez, como el tuyo.

- Podríamos ser primos sin saberlo (pésimo intento de ser simpático). Qué acento fuerte tenés, de dónd…?

- Corrientes.

Los mails (lo primero que uno regala cuando se establece una aproximación que merezca la persecución de un fin egoísta y ulterior como es la posibilidad de tener relaciones sexuales algún día) se anotaron en el aire. Su promesa de mandarme unos archivos sobre la Ilustración quedó sellada con un beso en el cachete y una miradita audaz como diciendo “¿Viste cómo me animé? Ahora te toca a vos” dio por terminada nuestra primera interacción. Su culito se alejó meneando un ritmo firme e invitante. Y cuando su silueta se perdió detrás de las puertas del ascensor, se hizo oficial. Quien les escribe había sido avanzado como pocas veces en su vida.
La profesora había espiado dentro del aula lo que había ocurrido y decidió sacarme de mi asombro. Como si estuviésemos en clase, volvió a tratarme de Usted.

- Sea bueno con ella, Martinez. Me preguntó por usted la semana pasada, pobre. Se asustó porque faltó dos semanas seguidas, pensó que había dejado la materia.

- Pero… qué raro…

- Si a usted le parece raro que una chica lo encuentre interesante, le recomiendo que deje de hacer tantos chistes fáciles y se concentre más en conocerse a si mismo.

Me quedé sin palabras mientras la profesora me guiñó el ojo en un gesto casi orgulloso, como alentándome a perseguir la reciente conquista. Repasé mentalmente el andar de Fernanda, la terrible crianza que me regaló esta señora amorosa, bajé la vista y de pronto, se me ocurrió: esto podría llegar a ser un buen post.