14.3.05

Uno de estos días voy a conocer a una perra hermosa que me va a romper el corazón para después perderme para siempre en el alcohol y las drogas.

En el cajón de mi mesita de luz duermen esas fotos que no quiero ver, es por eso que hace tanto que no lo abro. Dentro de la latita azul esperan mis billetitos arrugados, que saben que no los respeto y que pronto se convertirán en nada. Entre el colchón y la cama se esconden restos de juventud que hace rato desapareció para convertirse en dudas y existencialismo. La satisfacción de un buen momento asegurado que hoy no llena ni la menor expectativa. En los bolsillos de esos pantalones que dejé de usar, debe quedar algún pedacito de entrada de cine ó quizás el calorcito de mis manos de tantos inviernos de espera. Pero no me voy a fijar. Que queden ahí. Inanimados, borrados. Recuerdos que por algo habré olvidado. En el pie de mi cama conviven esos perfumitos tan ricos que desaparecen cuando me despierto, que me persiguen pidéndome que no los lave. Que los deje ahí, dónde nacieron. Detrás del único cuadro que pinté en mi vida se ríen esos ojos que tan bien saben que soy lo que no muestro. En mis manos todavía guardo un poquito de esperanza anclada en saber que me falta tanto, pero tanto. En mi espalda llevo la mochila que cada día pesa un poco menos, porque a veces es bueno dejar lo que no sirve de lado y seguir el camino sintiéndose un poco más liviano. Y en mi boca, queda el gustito de momentos que supe guardar. Y los que borré con mi propia saliva. Para que cuando alguien vuelva a darme vida con su aliento, pueda cerrar los ojos y saborear de un sólo beso todos mis escondites.