En mi casa

Los domingos son días de cama, pijamas, facturas y tele. Mucha tele. Papá es un especialista del control remoto y sabe absolutamente todos los resultados de cualquier deporte sobre la faz de la Tierra. Es el que se levanta más temprano, porque las carreras de autos empiezan como a las 10, qué se yo, a esa hora obviamente estoy durmiendo. Para su deleite y alegría, ahora está Wimbledon en Inglaterra, el Mundial Sub 20 en Holanda y la Copa de las Confederaciones en Alemania. Al Clausura no le da bola porque es bostero y todos sabemos que Boca está para atrás. Él a veces rezonga con una mezcla de alegría y tristeza y me dice “no entiendo cómo no estamos en la Bombonera juntos”. Claro, el nene es de River. Pero la historia de mi elección de camiseta merece un post aparte.
Se pasa la tarde, vemos cien mil goles distintos, los porcentajes de primer saque de Andy Roddick, comemos como cerdos si es que los cerdos comen vigilantes, mamá visita al abuelo y yo no acepto su invitación de acompañarla porque Vittorio ya casi no habla (porque no quiere) y porque vestirme para salir a la calle un domingo... no da. Además lo ví el fin de semana pasado para el Día del Padre. Si a eso le sumamos mi resaca habitual del primer día de la semana, me quedo con los penales de Argentina-México toda la vida.
Cuando llega la noche, cambiamos de gobernante y el control lo asume Silvia. Y últimamente le está gustando mucho el temita este de estacionar el auto en el programa de Repetto. Mientras la pizza nos pone contentos, Giordano dice pavadas mientras millones de personas lo miran a través de la caja boba. Pero el tipo no es ningún zonzo y se gana el auto mientras papá buscaba una botella de Coca Cola de la heladera. Mamá se pone contenta por Roberto, por ser quilmeño y haber ido a la misma escuela que ella. Entonces le grita a mi viejo “Ricardo!! No sabés cómo metió el auto Giordano!! Vení, vení, mirá que lo repiten!”. Yo, con media porción de napolitana entre las muelas y sorprendido por su exagarada felicidad repentina, le digo con mi usual dulzura dominical “para tanto, má? Dejate de joder...”. Con la misma sonrisa con la cual festejaba el triunfo del coiffeur, me contestó: “Y QUÉ QUERÉS, BOLUDO?, QUE LE COMENTE QUE MAÑANA HAGO FILET DE MERLUZA PARA CENAR!?, Dejame tranquila, querés?”. Empecé a reír con ganas por primera y única vez en el día. Ella también lanzó una carcajada estruendosa, su marca registrada. Nos regocijamos en el buen momento que su chiste/queja había generado. Todavía riendo, me acerqué a su sillón y le dí un abrazo, ella me apretó bien fuerte y le dije en el oído “tenés razón”. Me dio un beso y me regaló un “Hola Davisita”. El cariño que tanto busqué este fin de semana lo encontré en la persona que más me quiere en el mundo. Dí gracias a la vida por tener la madre que tengo. Y me dí cuenta que realmente necesito irme a vivir solo.