11.9.06

Da lo mismo

Blogs. Millones de personas escribiendo lo que se les ocurre y esperando que gente que mayoritariamente no conocen los lean y les dejen comentarios para sentir que existen. Y aunque suene increíblemente pedante de mi parte tratar de elaborar un análisis objetivo sobre un fenómeno del cual yo también soy parte, lo haré sin dudarlo siquiera un segundo. Porque la ley número uno de todo este asunto es: escribí sobre lo que vos quieras. Y si querés que aparezca en un verde chillón horrible, hacelo porque simplemente podés. Además, nadie nunca supo lo que es la objetividad.

El que se mete acá a leer sabe que no sacará nada jugoso de un puñado de palabras sin autoridad ni propiedad. Quizás los que ya son asiduos visitantes esperan algún relato corto pero con principio, nudo y desenlace como enseñan en la escuela, o quieren ver qué estupidez digo ahora, o se maravillan con un talento que no alcanza para pagar las cuentas. Hay personas que se meten en los blogs porque conocen a sus dueños y les gusta espiar un rato a ver en qué andan o qué tienen para decir de nuevo. Son los que nunca dejan ningún comentario porque saben que si tienen algo para decir, lo harán cuando vean al creador de los mensajes. Por suerte, nunca son lo suficientemente importantes como para perdurar en la memoria más que lo que dura apretar el botón del monitor una vez terminada la sesión informática.

También están los adictos a los blogs, o como yo prefiero llamarlos, idiotas con mucho tiempo libre. Son esos que viajan sin parar ida y vuelta por todo el mundo de estos particulares sitios en busca de algo que no saben qué es, porque lo único importante es matar al reloj. Pasan, suman una visita al contador que está abajo de todo, leen dos líneas y si les interesa se quedan, pero casi siempre huyen hacia otro lugar que sea más de su gusto. Sin pena ni gloria ni ganancia, se van y siguen con sus existencias mientras resaltan las páginas de un libro de química, siguen trabajando en sus cubículos o se preparan un pancho en el microondas. Gente que no aporta nada y que está bien que sea así porque para eso están.

Y después está el error. En algún momento, postearás una foto tuya disfrazado de mono en tu blog que se llama monoblog y te tildarán de ser un poco boludo. Y lo harán de manera permanente, es un "poco boludo" que queda grabado en bits y ceros y unos y todo el que entra acá puede leerlo cuando quiera. Es un agravio que se instala a vivir en mi preciado espacio cibernético que no existe realmente, porque acá no puedo saltar o correr o liberar un eructo extremadamente sonoro. Aquí sólo hay flujos de yo que mierda sé viajando una y otra vez por el aire y en cables de fibra de vidrio. Y es increíble que existamos nosotros, la decadencia pura del ser humano como ente social, que necesita aislarse para comunicarse, leamos lo del otro, escribamos sobre lo del otro, opinemos sobre lo del otro, digamos lo que querramos sobre lo del otro y no aprovechamos la oportunidad que se nos brinda a conocer un poco más sobre el alma de quien les escribe. Y aunque yo pudiera borrar ese "poco boludo" como he borrado otros comentarios que no me parecían apropiados, decidí dar la cara y defenderme. Además, sinceramente, no se me ocurre nada mejor para un post.

Yo tengo alma, me gusta escribir y las fotos que me sacan capturan momentos exactos de mi vida y me hacen sentir apuesto, sensible y esbelto en lo más profundo de mi esencia, la misma esencia que me lleva a afirmar que vos, leti, sos una puta y me bardeás cuando lo único que hago es ser mucho mejor persona que vos. No me odies por ser amado por el Señor. No te metas en mi casa a robarme las joyas de la abuela, porque vivo en edificio con seguridad y los mulos están entrenados para golpear hasta la muerte si su patrón se los ordena. Pero yo nunca te pegaría ni mandaría a pegarte, corazón, porque todavía existe la remota posibilidad de que estés buena y nos podamos revolcar un rato. Monoblog me ha brindado una fan muy fervorosa. Hasta casi me pongo de novio. De novio, yo. Eso si es fervor. Y si a eso le sumamos que estoy pasando por una etapa de mi vida en la que todo lo que tirás al agua y se mueve me lo muevo, podés llegar a contar con una chance. Y eso que yo llamo etapa otros llaman calentura. Y qué más da, tengo 23 años y la salud de un toro. O mejor dicho, de un mono. Pero qué estoy diciendo, seguro sos ofensiva a la vista y estás muerta de la emoción que te estoy regalando tantas palabras seguidas en mi propio blog.

O quizás nunca leas nada de esto y los que sí me leen te darán toda la razón del mundo cuando vos afirmás sin ponerte colorada que yo soy medio boludo. Mi frágil orgullo expuesto a la luz, el autoestima susceptible sucumbiendo ante la más mínima e insignificante prueba. Correr riesgos de este tipo son condiciones que no se pueden esquivar cuando decidís dejar que te vean como sos. Y cuando digo que soy un mono, soy un mono aunque sepa que no lo sea. Aunque lo que yo digo y muestro acá, definitivamente no me define.

Es imposible que un simple estiramiento de dedos y unos minutos de paz puedan significar tanto. Porque de esto yo me olvido, y vos también. Pero después de tanto decir y escribir, puedo asegurar con toda certeza que logré que alguien lea cualquier cosa.