Mis viejos están disfrutando en este momento de unas merecidas vacaciones en un spa de la ciudad de Córdoba. O en la provincia de Córdoba, y no se bien en qué ciudad. No presté mucha atención, siempre que me dicen "Damián, mirá que nos vamos a..." automáticamente empiezo a sentir ese arcoiris maravilloso en el horizonte de estas paredes, me imagino nadando en champaña fresca mientras una docena de chicas en bikini ríen de mis monerías y se prestan a sexo grupal mientras un enano prepara jarras y jarras de margaritas. Después, lo único que realmente ocurre son las cajas de pizzas amontonadas frente al televisor y mi ropa tirada por todos lados. Pero la sensación de libertinaje quinceañera se hace presente. Sino pregúntenle a mi hermano Pablo.
Pablo tiene 27 años, trabaja de administrativo en una importante empresa de cargas aéreas haciendo algo que odia pero que le resulta verdaderamente beneficioso a la hora de llenar el bolsillo. Y como él ama el dinero más que cualquier otra cosa, de a ratos es feliz. Quién lo culpa? Yo no.
Su alma de artista frustrado antes de intentar siquiera entregarse a su innegable pasión y talento lo han convertido de a poco en un viejo joven. Recuerdo como él, orgullo de mamá, pasaba horas y horas escribiendo en su anotadorcito y luego lo escondía bajo la cama, pensando (pobre iluso) que nadie leería sus divertidos cuentos y desgarradoras poesías. Yo cada tanto usurpaba su escondite para nada secreto y me echaba unas panzadas fantásticas hurgando en su intimidad, conociendo sus sueños y deseos de adolescente. Yo quería ser él. Pero el tiempo me regaló otros intereses y de a poco, mi admiración por mi hermano mayor se fue transformando en pura indiferencia, alimentada por sucesos que poca relevancia tienen ahora pero que en su momento fueron determinantes. Mi relación con Pablo nunca fue fácil. Siempre lo quise sin demostrárselo, por mi ahora acertada pero siempre presente intuición de que él me resentía. Razones no le faltaron.
El amor siempre fue un tema complicado para mi hermano, y después de haber sufrido mucho, una chica que conoció toda su vida logró convencerlo de que querer a alguien no es tan difícil. Romina, su novia desde hace 3 años es la persona que más lo quiere en el mundo y se le nota. Y él también la quiere, aunque nunca haya soñado con ella.
Hoy, a la 1 am, sonó el teléfono. Yo estaba mirando la tele despatarrado sobre el sillón del living que siempre es patrimonio de mamá, pero cuando ellos no están, pasa a ser mío. Inside The Actors Studio me resulta atrapante, por más que todos los archifamosos actores hollywoodenses que se pasean por allí digan lo mismo. Y en mi soledad encuentro regocijo en algo tan simple como mirar la tele mientras como papas fritas. Probalo, es realmente relajante.
"Quién puede ser a esta hora?" Era Romina. Ápenas sentí su voz quebrada e histérica supe que algo había pasado.
- Damián, no te quiero preocupar... pero tu hermano... está mal. No sé que le pasó, pero está mal..."
- Romina, qué decís? Que pasó?
- Lo llamé recién al celular y no pude entender nada de lo que dijo, sentí voces atrás que se reían de él, uno le pedía algo, no sé, él me decía que me quería y de pronto le cortaron el teléfono. Por favor, hacé algo...
- Pero... qué te dijo?!
- Él estaba llorando y alguien atrás le decía que cortara... Si le pasa algo me muero...
- Tranquilizate, dónde estaba?
- En Capital, estaba en el centro. Por favor, Damián...
Es increíble lo rápido que el corazón empieza a latir cuando sentís que tu sangre está en peligro. Lo nervioso que te ponés. Lo mucho que decís la palabra "Dios". Los recuerdos que instantáneamente te invaden cuando por más que no quieras, intuyas que quizás, Dios no quiera, no vuelvas a ver a tu hermano. Porque por más que ahora me recrimino a mí mismo haber reaccionado de esa manera, es simplemente inevitable no pensar lo peor. Y lo peor siempre es lo primero.
Entre un llanto desgarrador, Romina trataba de darme todos los detalles que su oído había podido captar. Desde conjeturas acerca si había escuchado pasar un tren hasta si de fondo había música ó la cantidad de personas que rodeaban a mi hermano. Y yo mientras seguía asumiendo cosas horribles y a su vez trataba de calmarla. Llamé al celular de mi hermano y me dió el contestador. Cada segundo me sentía peor. Una vez. Contestador. Dos veces. Contestador. Mil. Contestador. Llama de nuevo Romina a casa.
- Pude hablar con él, no me quiere decir dónde está. Sentí voces atrás Dami, sentí voces. Él me diría dónde está. por qué no me dice dónde está? No habla bien, está mal... Yo me voy a la comisaría...
- Dejame a mí Romina y quedate en tu casa. Secuestrado no está (sí, hablamos en un momento de la posibilidad de que lo hubieran secuestrado) porque si te secuestran no te dejan atender el celular. Si te roban, el celular también se lo llevan. Algo raro pasa, pero no vayas a la comisaría. Dejame a mi.
Intento de nuevo y lo llamo. Atiende. Su voz completamente gastada y rota esbozó un "hola" confuso. Mis nervios a flor de piel.
- Pablo, soy tu hermano, decime ya dónde estás que te voy a buscar, decime hermano...
- No sé... estoy en, estoy en...
Confirmé al escucharlo que algo terrible había pasado. Y la incertidumbre de no saber qué había sido, y que él se negara a explicarme con su voz hecha añicos y su ritmo pausado y confuso sólo logró que lo quisiera como nunca lo quise. Llorar entre gritos fue lo único que me salió.
- Por favor Pablito, decime dónde estás...
- Cabildo... Cabildo y... Bulnes.
- Quedate ahí hermano, voy para allá. Quedate ahí...
- Dale... vení...
Nunca manejé tan rápido en mi vida. Nunca pasé tantos semáforos en rojo. Nunca me importó menos. Llorando y golpeando el volante cada cinco segundos, pensando en él, en qué le podría haber pasado, en mamá y papá cuando vuelvan, con qué me iba a encontrar, qué hacer, qué decir, qué pasó. Por favor, esto no está pasando. Díganme que esto no está pasando.
Llego a Santa Fé y Bulnes, porque Cabildo y Bulnes no existe pero igual entendí lo que Pablo había querido decir, me bajo del auto y empiezo a correr por esas cuatro esquinas, mientras lo llamo al celular para qué me diga dónde está.
- Dónde estás Pablo?! No te veo... dónde estás?
- Acá... estoy acá... no sé... Santa Fé y... y...
- Dónde la puta que te parió?!
- No sé...
- Cómo que no sabés?! Estás solo, Pablo? Decime dónde estás...
- Si... solo... solo. Estoy en...
- Pelotudo fijate en la esquina el nombre de la calle y decime por favor...
- No sé... Santa Fé y...
- Y qué!? Estoy en Santa Fé y Bulnes, dónde me dijiste que estabas... Pablo, por favor, decime que estás bien...
- Libertador y Austria, estoy en Libertador y Austria. Vení... me quiero ir a casa.
- Cómo?! Voy para allá.
Me subo de nuevo al auto y llego a Libertador y Austria, todavía más desesperado, más nervioso, más asustado. En esa esquina hay plazas, ahí está el ACA. Lo llamo al celular y no me atiende. Contestador. Contestador. Contestador. Corro por las plazas, le pregunto a unos cartoneros si habían visto a algún muchacho lastimado, corro, lloro, puteo, corro un poco más. Suena mi celular. Es Pablo.
- Mi amor...
- No Pablo, soy Damián, dónde estás?! Por favor, me estoy volviendo loco, dale hermano, dale que te llevo a casa... sólo decime dónde estás.
- Dame... dame con Romina...
- No estoy con Romina, Pablo, te estoy buscando a vos. Dónde estás la reconcha de tu madre?!
- En... estoy en...
Se corta. Las ganas que tuve de tirar el celular con todas mis fuerzas a mismísima mierda fueron contenidas sólo por el hecho de que sin él, sería imposible encontrar a mi hermano. En su voz se notaba que la estaba pasando mal. Una mezcla de tristeza gigante y tranquilidad pausada, asumida, como quién te tiene que dar la peor noticia. Suena de nuevo.
- Estoy en French y Bustamante.
- Quedate ahi por favor. Ya estoy allá.
Ahora me llama Romina. Ella está peor que él.
- Damián por fín atendés! Lo encontraste?
- No, me dice que esta en tal lugar, voy y no está. Ahora estoy yendo acá cerca. Está muy mal Romi...
- Por favor llamame cuándo lo encuentres... Damián... encontralo.
Yo puteo, tiemblo, apriento los dientes y piso el acelerador con nervios. Llego. Me bajo del auto. No lo veo. Empiezo a gritar su nombre. Una pareja me mira aterrorizada. No me importa para nada, no los veo, recién ahora me acuerdo de ellos. Pablo, Pablo, Pablo.
- Acá...
Está sentado con la cabeza gacha sobre los escalones de un edificio. Su piloto abotonado prolijamente, sus ojos esquivos me dicen que no va a hablar. Lo abrazo, lo ayudo a subir al auto y siento en el primer respiro un hedor a alcohol indescriptible. No podía caminar. Con suerte esbozar una palabra. Apenas puse primera, le pregunté a los gritos qué le había pasado.
- Nada Dami, llevame a casa...
- Pablo, por favor decime qué te pasó.
- Quiero ir a casa.
- Te robaron?
- No.
- Te pegaron?
- No.
- Te violaron la puta madre que te re mil parió?!
- No. Llevame a casa.
- Sos un hijo de puta, llamala a tu novia que está histérica...
Escuché atentamente su conversación con la novia. Los gritos de ella se hacían notar desde Quilmes. Las respuestas de mi hermano eran todas las mismas. "Te amo, Chiqui". "No te enojes conmigo, Chiqui". El viaje a casa fué más tenso que la búsqueda. Le pregunté mil veces qué le había pasado, le conté una y otra vez el susto que nos habíamos pegado, lo nerviosa que estaba Romina, lo mal que me puse, lo irresponsable que había sido. Pablo no podía hablar bien de lo patéticamente borracho que estaba. Me dijo que me calle la boca, que no me meta, que no le diga a mamá y papá. No pude contener mi bronca, sentí odio por él, por lo mucho que sufrí en esas horas, por haber pensado lo peor y por darme cuenta que amaba a mi hermano y que a él no le importaba para nada. Me dijo que nadie me había obligado a ir a buscarlo, que él estaba bien. De repente me insultaba. Me dijo cosas horribles. Que yo no era el hermano. "Vos no tenés mi misma sangre". Que yo era una mierda. No me quiso contestar sobre las voces que escuchó Romina cuándo habló con él. No me quiso decir qué era lo que realmente le había pasado. Porque en verdad, no le había pasado nada. Pablo sólo quería volver a casa. Y por más que lo traje, yo siento que volví solo.
Cuando vuelvan papá y mamá de sus vacaciones, no voy a decir nada. Porque por más que él hoy me pidió disculpas y dice no recordar absolutamente nada de lo que pasó, yo nunca me voy a olvidar de esta madrugada. Las cosas que sentí. La voz de Romina. Mis manos temblando en el volante. Los semáforos en rojo. El contestador de su celular. El miedo. El amor. El odio. El alivio. La bronca. Su cara. Mi llanto. Lo que me dijo. Su indiferencia. Mi desesperación. Dos hermanos que nunca encontraron un abrazo que los una. Y la terrible tristeza de sentir que nunca lo encontrarán.